El pasado día 8 de diciembre la Autoridad Bancaria Europea (EBA) hizo públicas las necesidades de capital de la banca europea. Se trata de una estimación de los recursos que precisan las principales entidades de los países europeos a la hora de cumplir con las nuevas exigencias en materia de capital. El documento puede ser consultado en la web de la EBA, pero la inicial reflexión que provoca su publicación tiene que ver con un deja vu que parece no tener fin. Algunas opiniones hablan de una crisis (sin adjetivar), mientras que otras matizan que vivimos una crisis económica, una crisis de deuda pública y una crisis de sistemas financieros, entre otras. Sin lugar a dudas y sin negar ninguna de las anteriores, a lo que asistimos es a una crisis de confianza generada por la sucesión de medidas que se anuncian, pero cuya eficacia el tiempo acaba poniendo en cuestión.
En el caso de las entidades de crédito europeas es difícil llevar la cuenta de las iniciativas legislativas o de reestructuración, a las que acompaña la publicación de informaciones sobre los problemas más o menos ocultos que amenazan el futuro de las entidades bancarias europeas. Se produce una conducta que podría calificarse como “miopía nacionalista” consistente en destacar los problemas que tienen los bancos de otros países, tratando de contraponerlos de los que puedan tener del propio. Mal de muchos …
Algunos de los problemas fundamentales son comunes a prácticamente todos los Estados europeos, y desde luego, lo son en los sistemas bancarios más relevantes. Ciertamente, en algunos Estados, la banca parece precisar menos recursos, pero eso sucede porque en algunos de ellos se han abordado y culminado procesos de reforma de enorme calado. En otros, la aparición de “nuevas” y cuantiosas necesidades de recursos propios se recibe con sorpresa, pero también con críticas hacia las autoridades de supervisión. A modo de ejemplo, reproduzco los párrafos finales de la crónica que publica la FAZ bajo el título “Tiefe Risse zwischen Bafin und EBA”:
“Uneinigkeit mag sich auch an der Aufsicht der Deutschen Bank entzündet haben, die trotz ihrer gewaltigen Größe in der Londoner City als mächtigster ausländischer Arbeitgeber formal keine rechtlich eigenständige Bank ist, sondern eine vom deutschen Konzern abhängige Filiale. Damit unterliegt die Deutsche Bank in London der Aufsicht durch die Bafin. Dies allein bedingt, dass Bafin und FSA eng zusammenarbeiten müssten. Die FSA und die Bank von England dringen seit den verheerenden Erfahrungen mit isländischen Banken in Großbritannien verstärkt darauf, dass Banken einen eigenen Rechtsstatus haben, um sie schärfer beaufsichtigen zu können.
In der Londoner City wurde im Übrigen mit Erstaunen registriert, dass sowohl in den Vereinigten Staaten wie auch in Großbritannien in der Finanzkrise personelle Konsequenzen an der Spitze der Aufsichtsbehörden gezogen wurden, da die Behörden die Schwachstellen der von ihnen beaufsichtigten Institute nicht erkannt hatten, in Deutschland aber nicht”.
Lo deseable es que, de una vez por todas, seamos conscientes de la crisis de confianza que se agrava cada vez que se anuncian programas ambiciosos de saneamiento y reflotamiento de los sistemas bancarios para, poco tiempo después, volver a estar en el mismo sitio. Basta con que transcriba el elocuente párrafo final de la crónica que publicaba Manuel Gómez el pasado día 9 de diciembre en El País, comentando las estimaciones de la EBA:
“Falta por ver ahora que este nuevo striptease de la banca sirva para calmar las dudas que hay en torno a ella. Las pruebas de verano de 2010 y 2011 quedaron en nada tras la caída de la banca irlandesa en bloque y de Dexia, respectivamente. Pero para muestra un botón: el cálculo de la EBA se queda corto respecto al de agosto del FMI. Y es que además de la deuda soberana todavía hay sombras sobre lo que encierran los balances de la banca europea en CDO de hipotecas subprime o hasta dónde subirá la morosidad en un país tan golpeado por la crisis como España”.
Demasiadas incógnitas. Su simple formulación tiene dos efectos inmediatos para el lector: aumenta su desconfianza sobre la situación real de los bancos europeos y, last but not learst, deja en cuestión el prestigio de la EBA. Todo supervisor vincula el desempeño acertado de su función a su capacidad de determinar los problemas y a la adopción de medidas que acrediten su eficacia a la hora de restituir la solvencia de las entidades y, con ello, la confianza del público en el conjunto del sistema. Genera desconcierto una sucesión de evaluaciones que se presentan con gran solemnidad y que, cual castillo de naipes, un ligero soplo de aire procedente de la realidad hace que se derrumben. Un mero observador de los acontecimientos estará asombrado de las sucesivas modificaciones de los requisitos básicos que se exigen a las entidades, ya sea como capital principal o coeficientes de recursos propios, entre otros criterios esenciales.
El último documento de la EBA implica obligaciones enormes para los Estados europeos, para sus principales bancos y para sus accionistas. Resulta dramático que su formulación se reciba, sin embargo, entre expresiones escépticas que no solo incitan al pesimismo, sino a la desconfianza. Desde luego, no se entienden los argumentos ante los anuncios de revisiones a la baja de los ratings de esas mismas entidades.
Madrid, 13 de diciembre de 2011