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lunes, 24 de enero de 2011

La suerte compartida de gestores y empresas


La importancia de la figura de Steve Jobs para la empresa Apple hacía previsible que el anuncio de su retirada por enfermedad siguiera motivando la atención de los medios. En mis anteriores referencias a este asunto he querido destacar dos hechos. Uno es predicable de muchas empresas, aunque es obvio que su intensidad puede variar. Se trata de la identificación entre una persona y toda la organización Da igual que la primera sea el fundador y gestor principal o un manager contratado para liderar la gestión. Lo relevante es que el paso del tiempo y los éxitos llevan a esa confusión, que en tiempos de bonanza se convierte en un factor de admiración común hacia ambos. En no pocas ocasiones, esa identificación se corresponde con una campaña de imagen diseñada desde la propia empresa.

Cuando las cosas se tuercen, esa confusión despliega efectos negativos o, cuando menos, riesgos relevantes. Este es el segundo hecho llamativo. Si los resultados caen, la reputación del gestor terminará debilitándose. Es una tendencia estrictamente mercantil: afectará a la solvencia de la empresa, a sus resultados, a la cotización de sus acciones y a la retribución y demás elementos de reconocimiento de esa persona en la organización y cara al mercado. El episodio final es la salida del antaño idolatrado gestor. A veces de manera vergonzante (cese fulminante), otras mediante una solución elegante (retirada de la línea ejecutiva y paso a órganos de asesoramiento de los sustitutos. La realidad nos ofrece ejemplos constantes de todos los escenarios.

Más complejo parece el escenario actual de Apple. Es la enfermedad de una sola persona la que se convierte en un factor de incertidumbre para un coloso empresarial. Cuesta creerlo, pero así sucede. Basta con asomarse a los medios de comunicación. Incluye Cinco Días un interesante artículo, con variadas declaraciones, que pregunta sobre qué hacer Cuando el líder enferma:

“Es bueno que el éxito de una compañía esté ligado a una sola persona? La salud de Steve Jobs, de 55 años, tiene en jaque desde hace tiempo a los accionistas de Apple. Y la mínima sospecha de que su estado físico puede ir a peor hace que surjan dudas sobre su valor en Bolsa”.

No estamos, sin embargo, sólo ante un problema mercantil. Es, ante todo, un problema personal. Un trance difícil para quien constata que su enfermedad preocupa a muchos, pero que lo hace desde una perspectiva exclusivamente patrimonial.Al respecto, me permito recomendar también la lectura del artículo publicado por Lola Galán en El País. Su título -Se marcha el mago- indica que se ocupa especialmente del perfil de Jobs, pero su primer párrafo revela lo difícil que resulta estudiar su figura desvinculándola de la empresa:

“Desde el lugar desconocido donde cuida de su maltrecha salud, Steve Jobs, co-fundador de Apple en 1976, habrá visto con alivio cómo ha soportado la empresa el terremoto de su partida y su sustitución temporal por su lugarteniente Tim Cook. Las cosas, de momento, van viento en popa para Apple, que en abril pasado superó a su eterno rival, Microsoft, y se colocó como la segunda compañía del mundo por capitalización bursátil, con un valor de 232.000 millones de euros, solo por detrás del gigante petrolero Exxon. Y todo gracias a Jobs. Expulsado de la que era su casa en 1985 y repescado en 1997, en poco más de diez años ha conseguido el milagro: colocar a Apple en la cima y hacer de ella una de las empresas punteras del mundo en innovación. Un logro más de esta especie de rey Midas moderno que solo cobra un dólar simbólico al año, y ha convertido en oro casi todo lo que ha tocado”.

La última referencia la hago al artículo que firma Pedro Rodríguez en ABC, con el expresivo título de Cuando el alma cotiza en Bolsa, en el que plantea el problema de manera certera:

“La noticia de una tercera baja médica para Steve Jobs, confirmada el pasado lunes por el propio interesado a través de un correo electrónico de seis frases, ha repercutido negativamente en la cotización de Apple a pesar de una plusmarca de ventas y beneficios durante el último trimestre. Pero sobre todo ha vuelto a ilustrar los problemas que genera el cambio de liderazgo unipersonal en grandes compañías tecnológicas. Sobre todo, cuando se trata de la sucesión de figuras con demostrados historiales de carisma, temperamento, secretismo y... multimillonario éxito.

Una parte de la incertidumbre generada por Apple pasa por las mínimas explicaciones ofrecidas sobre qué le está pasando realmente a Steve Jobs. Del dominio público es que tuvo que someterse el año pasado a un trasplante de hígado que le obligó a abandonar su trabajo seis meses. Esta vez, Jobs se ha limitado a indicar que retomará sus responsabilidades «tan pronto como pueda». Lo cual ha multiplicado los temores a una reaparición del raro tumor de páncreas que le diagnosticaron en 2004”.

La reflexión final a la que invita el caso Jobs/Apple –que los artículos que he citado exponen de manera cuidada e ilustrativa- es la importancia que para las grandes corporaciones tiene la preparación de los procesos de sucesión en la gestión. Procesos que llegan siempre, incluso en las empresas más consolidadas y estables. Lo subrayaba hace un par de días Financial Times al hablar de un triple cambio: Triple reshuffle at heart of Silicon Valley: la nueva retirada de Jobs coincide con cambios de similar relevancia en otros gigantes tecnológicos (Hewlett Packard, Google).

El sentido común indica que grandes corporaciones, con centenares de miles de empleados, millones de accionistas, decenas de millones de clientes, son capaces de preparar su respuesta ante las contingencias imprevisibles, incluida la enfermedad de su gestor principal. Cuesta creer que tantos puedan llegar a depender de uno sólo. El tiempo dirá si la ausencia de Jobs, al que hay que desearle una pronta recuperación, ha podido ser superada por Apple y por su equipo directivo.

Madrid, 24 de enero de 2011