La
pregunta
Finalicé hace un
par de semanas la docencia correspondiente a este curso 2013/2014. Ha tenido lugar dentro del
Máster de Acceso a la Abogacía (MAB) que por primera vez se ha impartido en
nuestra Facultad complutense. El nuevo modelo legal de acceso a la profesión de
abogado exige una adaptación a las Facultades jurídicas y a sus docentes. Mi
experiencia me ha alejado temporalmente de la docencia del Derecho mercantil y
acercado a una variedad de contenidos integrados en una asignatura titulada “El
ejercicio de la abogacía” que he compartido con otros colegas.
Esa experiencia ha
resultado satisfactoria por distintos motivos. El primero, por la convivencia
con un agradable grupo de alumnos. El segundo, por la oportunidad de
profundizar en muy diversos aspectos teóricos y prácticos del régimen legal y
del ejercicio profesional de la abogacía. A algunos de esos aspectos dedicaré algunas
entradas, comenzando por la presente. En esta ocasión, estas líneas tienen su
origen en una de las últimas preguntas que me plantearon en mis últimas clases,
Una pregunta que expresaba una preocupación constante de los alumnos. ¿Cómo
puede un abogado escribir mejor? Adelanto que no tengo una solución al respecto.
Si me atrevo a reiterar aquí algunas recomendaciones elementales que incluí en
la respuesta.
El
abogado como escritor obligado
Volvemos, como
habrá advertido algún lector habitual, al tema del lenguaje jurídico, del que me ocupé en una entrada
anterior y sobre el que “amenacé” con
regresar. Los abogados somos calificados como “letrados” y esta condición –que resalta la pertenencia a algunos reputados
cuerpos profesionales- destaca lo obvio: en la profesión de abogado, el
lenguaje es una herramienta fundamental. Del lenguaje hablado y de la oratoria
trataré en alguna posterior oportunidad, pero baste con señalar aquí que es un
lenguaje que comparte con el escrito determinadas características. Al fin y al
cabo, lo haga de palabra o por escrito, al abogado se le exige lo mismo: que
sepa combinar hechos con normas para sostener o rechazar una determinada
pretensión. En ese camino, no cabe duda que lo que aflora es el mejor o peor
lenguaje de cada abogado. Importará no sólo lo que se dice, sino cómo se hace.
Esto es algo que debe asumir cualquier estudiante de Derecho y, desde luego,
cualquier aspirante a trabajar como abogado. Es una profesión que reclama de
sus integrantes convertirse en un lector y escritor profesional.
La oralidad que se
alega de tantas actuaciones letradas es relativa. En unas jurisdicciones rige
en mayor medida que en otras. Desde luego, la oralidad de las actuaciones ante
Juzgados y Tribunales se ha reducido notoriamente en el ámbito civil y
mercantil, puesto que opera normalmente sólo en la primera instancia y en
determinados trámites. La actuación de los abogados consiste esencialmente en
una adecuada redacción de contratos y escritos de alegaciones, de recursos u
oposiciones, de impugnaciones. Vuelvo a la cuestión inicial: ¿se puede aprender
a hacerlo bien y a mejorar? Por supuesto.
Se puede aprender
a hacerlo desde una perspectiva técnica y formal. Hay mucho que decir sobre el
lenguaje jurídico, sus características, sus defectos y su modernización.
Pero hoy me limitaré a la primera baza que debe utilizar cualquier abogado,
novel o experto, que no es otra que la de la Literatura. Un abogado debe ser
culto. Es conocida la recomendación que el Juez del Tribunal Supremo
estadounidense, Felix Frankfurter, hizo a un joven que deseaba estudiar la
carrera de Derecho, incluida en una carta cuyos párrafos fundamentales
transcribo:
“No one can
be a truly competent lawyer unless he is a cultivated man. If I were
you I would forget about any technical preparation for the law. The
best way to prepare for the law is to be a well-read person. Thus
alone can one acquire the capacity to use the English language on paper and in
speech and with the habits of clear thinking which only a truly liberal
education can give. No less important for a lawyer is the cultivation of
the imaginative faculties by reading poetry, seeing great paintings, in the
original or in easily available reproductions, and listening to great music. Stock your mind with the deposit of much good reading, and widen and deepen
your feelings by experiencing vicariously as much as possible the wonderful
mysteries of the universe, and forget about your future career”.
El abogado, como el profesor
universitario, el juez o cualquier otro sujeto que vive el Derecho, encontrará
en la Literatura una permanente escuela sobre cómo “decir” y “contar” mejor,
de palabra o por escrito. Nunca es pronto ni tarde para explorar y disfrutar
esa relación. Cuando todavía no se han abandonado las aulas universitarias, en
los primeros años del ejercicio profesional o en cualquier estado posterior.
Debe asumirse que
ser abogado implica el deber de escribir. Los abogados, como los jueces, los
profesores o cualesquiera otros obligados a escribir sobre el Derecho
encuentran en la calidad y claridad de sus escritos una nota diferenciadora.
Pueden consultarse los premios que anualmente sirven en Estados Unidos para
ensalzar sentencias, demandas, libros o artículos doctrinales bien escritos en
el palmarés que elabora The Green Bag.
Por cierto, que algunos premiados repiten, con lo que su prestigio como
juristas es reforzado por la claridad de sus escritos. Suele repetirse que la
claridad es la cortesía del escritor. Esa característica es especialmente
admirable en aquellos juristas que, a pesar de tener que resolver grandes
problemas, son capaces de hacerlo con un lenguaje claro.
Para escribir
bien, nada mejor que inspirarse en tantos libros que ayudan a tener un mejor
lenguaje. Esa influencia de la literatura en el trabajo jurídico culmina con la
frecuente confusión entre abogados y escritores, esto es, el momento en que el
primero decide escribir por vocación y no sólo por obligación.
Abogados y escritos
Quien
quiera explorar en esa relación entre las profesiones de abogado y de escritor
encontrara en internet un sinfín de datos y ejemplos de grandes escritores con
formación jurídica o con una previa experiencia laboral como abogados. Se remonta
a algunos de los grandes de la literatura universal.
Muchos
abogados escriben literatura porque tienen la práctica y los medios para
hacerlo. Tienen la obligación de escribir sobre los asuntos que se les encomiendan
y, supongo, la posibilidad de escribir ficción o poesía constituye un ejercicio
de libertad, que no está constreñido ni por instrucciones o estrategias, ni por
plazos. En algunos países, la evolución de los abogados que acaban
convirtiéndose en escritores es una cuestión detenidamente analizada. Es lo que
sucede en el ámbito anglosajón en donde encontramos relaciones de importantes
escritores a lo largo de los tiempos más recientes cuya actividad profesional
previa era la de abogados o fiscales, pero también ejemplos de quienes siguen
compatibilizando esa tarea. Internet recoge infinidad de abogados que han
triunfado como escritores. Con relación al mundo anglosajón, véase ésta.
Desde la perspectiva española, me ha parecido muy sugerente la columna
de Gustavo Peaguda.
No
pocos abogados encuentran su inspiración en su trabajo. Les impulsa a escribir
el conocimiento de personas (y personajes), situaciones, conflictos, valores
observados e ignorados, bajezas y todo tipo de circunstancias que, más allá de
su tratamiento técnico-jurídico en los escritos forenses, son el germen de
historias interesantes para cualquier lector. De la realidad, a la ficción. Del
suceso o caso a la novela o al cuento. Un ejemplo notorio es el de las novelas
policiacas. No son los abogados los únicos que pueden encontrar en su profesión
la inspiración para escribirlas, pues otros profesionales (jueces, periodistas,
forenses, etc.) que se relacionan, por ejemplo, con la jurisdicción penal, lo
hacen con intensidad y éxito. De una u otra forma, todos comparten con los
abogados esa condición de escritores obligados que, en un momento determinado,
deciden adentrarse en la creación literaria.
A
lo anterior se une otra circunstancia u oportunidad que cabe calificar como
funcional. Los abogados se ven tentados a escribir porque pasan no poco tiempo
en lugares que fomentan esa actividad. No en vano es frecuente escuchar en
algunos países hispanoamericanos que lo que nosotros llamamos un despacho o
bufete de abogados, allí se conoce como “escritorio”.
También es
de destacar el fomento institucional o colegial que la abogacía hace de la
escritura literaria por parte de sus integrantes. Cabe citar la convocatoria del
Premio
Abogados de Novela por parte del Consejo General de la Abogacía, que busca
difundir literariamente tal profesión o la oportunidad de conocer la
experiencia de abogados que han tenido éxito como escritores que practica la
ABA y que puede contemplarse aquí.
Con todo lo que he
dicho se comprende fácilmente la admiración que merecen quienes a su condición
de juristas suman el reconocimiento que al buen uso del lenguaje por su parte
supone la designación como Académico de la Lengua. El próximo día 29 de enero
tendrá lugar en nuestra Facultad un acto de homenaje en memoria del Maestro
Eduardo García de Enterría, que también lo fue en el uso del lenguaje escrito. Debemos
felicitarnos de que el Profesor Santiago Muñoz Machado haya seguido también a
su Maestro en tan alto reconocimiento.
Madrid, 24 de
enero de 2014