Las
noticias y opiniones publicadas en estos días en distintos medios en relación
con la trayectoria académica de quien ha sido elegido como próximo responsable
del Partido Popular en Andalucía invitan a algún comentario. Vaya por delante mi
reconocimiento a las contribuciones que al respecto han realizado los
Profesores Luis Garicano y Jesús Fernández-Villaverde, a los que he seguido
desde hace tiempo en su magnífico Nada
es Gratis. Ambos profesores han abordado el asunto en ¿Hay Derecho?, aquí
y aquí, y enlazaban sus consideraciones en el caso
concreto con su reclamación general y conocida a favor de una mayor exigencia
en la selección de las élites políticas. Es una aspiración clásica que a la
gestión de los intereses de todos se dediquen los mejores.
Estas
líneas no las redacto, sin embargo, para ahondar en un tema de tanta
trascendencia, sino para reflexionar, a partir de ese episodio, sobre el que creo que es un vicio generalizado en la vida española, en la pública y en la
privada. En España, por desgracia, lo que importan son las apariencias. Una de
las más novedosas formas de crearlas es la fabulación de los curricula. Sólo desde la preocupación
por parecer lo que no se es, se comprende que alguien presente como méritos
para ejercer un determinado puesto o para explicar su trayectoria el haber
realizado "estudios". Se
trata de un término elástico: permite a quien dice haber estado o pasado por
una Facultad universitaria, revestirse de una pátina de educación superior.
Pero, ¿qué quiere decir tener estudios? ¿Haberse matriculado en una facultad
universitaria? ¿Haber terminado al menos el primer curso? ¿Vale más tener
estudios enciclopédicos que en una sola disciplina? Cualquier respuesta es
absurda. Como lo es referir tan imprecisa experiencia a una concreta
institución cuanto más prestigiosa, mejor, como si haber cursado esos estudios
de difusos contornos fuera más importante en una o en otra Universidad.
Quien
usa esa fórmula lo hace bajo la pretensión de aparentar lo que no es, pensando
que, como enseña el refrán, las apariencias engañan. Será a quien se deja. El
mismo refranero denuncia que de lo que presumimos es de lo que, normalmente,
carecemos. La actividad política supone confrontación constante entre quienes a
ella se dedican. Por eso cuesta entender que se ofrezca un flanco abierto a las
críticas de los adversarios con ese tipo de cv “barnizados”. En España se produce una hipervaloración social de la
formación universitaria. Por el contrario, nos falta grandeza, comprensión y
admiración hacia tantas trayectorias personales y profesionales que son
brillantes sin necesidad de tener un título académico.
Lo
cierto es que esa Spanish way of doing a
cv no acaba en la política. Ni siquiera estoy seguro de que empieza en
ella. Se observa en la actividad
profesional y empresarial. La elaboración de un cv es un acto individual, en el
que el redactor no es objetivo: tiene tendencia irrefrenable a exagerar los
méritos del protagonista. El defecto se agranda cuando el fabulador encuentra
complicidad externa, es decir, cuando el cv es objeto de difusión. En ese
supuesto surge un problema adicional.
Las
referencias en un cv a “estudios” y
demás episodios de brillante relato y nula acreditación se verían radicalmente
cercenadas si quienes se encargan de transmitir esa información adoptarán un
mayor rigor. Esto vale, por ejemplo, con respecto a páginas web institucionales o empresariales. La
publicación de un cv en ciertos ámbitos tiene un efecto de convalidación de su
contenido. De ahí que el posterior descrédito
o la guasa sobre el cv homologado terminará afectando a su difusor. Supongo que
no es exigible, por ejemplo, que el Congreso de los Diputados, un partido
político, una sociedad cotizada o la CNMV, exijan a un diputado, a un dirigente
o a un consejero, respectivamente, que acredite documentalmente cada uno de los
méritos que incluya en su cv. Sí lo es, o al menos así me lo parece, mantener
un cierto rigor en la descripción de esos méritos. No existen los “estudios universitarios” como elemento
de convalidación profesional. Existe la condición de licenciado, graduado,
doctor, máster o cualquier otro similar, conforme a los respectivos reglamentos
y planes de estudio.
Es
comprensible, desde un punto de vista humano, que se quiera aparentar a partir de
lo difuso. Pero no resulta inteligente que quien invoque sus “estudios”, está proclamando que no
completó su formación. Sería bueno recordarlo por quienes cometen ese error cuando
su cv debe reflejar una determinada condición personal o profesional que constituye
el presupuesto de un eventual nombramiento. Pienso, por ejemplo, en la elección
de consejeros independientes (v. art. 8.4 de la Orden ECC/461/2013, de 20 de
marzo) o en la exigencia de determinados conocimientos que, junto a otros
requisitos, reclama el artículo 2 del Real Decreto 1245/1995 a los consejeros
de un banco privado.
Madrid,
18 de febrero de 2014