Hace tiempo me llamó la atención –y compartí mis reflexiones por medio de una entrada de este blog- la extraordinaria acumulación de liquidez que presentaba Apple. Esa situación se incrementó en meses posteriores hasta llegar a una suma superior a 100.000 millones de dólares, lo que llevó a la compañía a anunciar hace algunas semanas una relevante distribución de dividendos y un plan de recompra de acciones.
Sin perjuicio de ello, no han faltado reflexiones sobre lo que implicaba esa situación de tesorería para la actividad de una gran empresa y los distintos intereses que se ven afectados por la misma. Traigo a colación el comentario publicado por Richard Waters “Apple proves this is not your father’s Silicon Valley” en la edición impresa del Financial Times de 24/25 de marzo de 2012 (p. 9). Sin duda, los directos beneficiarios de esa decisión serán los accionistas de Apple, que se habían acostumbrado a vivir sin dividendos, pero que a cambo han disfrutado de una extraordinaria revalorización del valor bursátil de sus acciones –hay quien augura que el valor de la acción puede seguir ascendiendo- que les permitía una recuperación de su inversión con plusvalías no menos sobresalientes. La compañía venía alegando, además, que era el régimen fiscal que acarreaba la repatriación de la mayor parte de su liquidez, que se encontraba depositada fuera de Estados Unidos, el que no aconsejaba su recuperación como paso previo al pago a favor de los accionistas. La explicación dada acerca de una dulcificación de los tributos para esas operaciones opina Waters que puede servir como justificación frente a los accionistas, pero no genera la mejor imagen para la compañía, en especial en una época de penuria presupuestaria.
El favor de los accionistas de Apple no despejará tampoco los reproches fundados en una insuficiente reinversión en el ámbito geográfico del que la empresa es originaria. Contrasta su iniciativa con las promesas de otros competidores sobre la compensación entre el trato fiscal favorable a sus excedentes de tesorería si son repatriados –pues la acumulación de liquidez es nota característica de las grandes firmas tecnológicas- y la reinversión y creación de empleo en el propio Silicon Valley.
Otro aspecto polémico es el de la situación de los trabajadores. Lo es en particular con respecto a la producción de Apple en China, en plantas cuyas condiciones de trabajo han dado lugar a denuncias con notable repercusión informativa. La marcha de la empresa y su boyante tesorería deberían también traducirse en el cuidado de este aspecto. El riesgo, señala el columnista, es que Apple compruebe que la crítica social y política que acompaña esa situación laboral termine dando paso a acciones colectivas tan frecuentes en la escena estadounidense.
Restan los clientes. Este es el grupo cuyos intereses tampoco parecen demandar una mayor defensa, pues el éxito de Apple es, ante todo, un éxito comercial. Para quienes consumimos sus productos, la satisfacción sigue siendo considerable. Como concluye Waters, estamos ante un caso singular: una megacorporación que cuenta con una multitud de clientes satisfechos por tener productos que apenas encuentran competencia.
El desafío para la empresa será, al final, que esa especial defensa de los intereses de sus accionistas y clientes resulte suficiente para que no avancen las críticas que siempre se proyectan sobre las grandes multinacionales, en especial cuando su trayectoria y resultados sobresalientes generan demandas de un correspondiente reparto a favor de todos los implicados en la actividad de la empresa.
Madrid, 9 de abril de 2012