Cualquiera de los criterios de
valoración o comparación que se utilicen situarán a Microsoft entre las mayores
sociedades cotizadas del mundo. Cualquier circunstancia que afecte a su
organización y resultados tiene una importancia proporcional a ese hecho. En
especial cuando se trata de cambios en la máxima responsabilidad ejecutiva,
como los derivados del anuncio realizado a finales del pasado mes con relación
a la marcha de su CEO, Steve Ballmer. Este es el anuncio
realizado por Microsoft, que describe mucho más que una decisión relativa a ese
cargo y que, por ello, me parece una lectura recomendable para cualquier
interesado en el gobierno corporativo. Porque lo que se anuncia es una marcha
futura (dentro de los siguientes doce meses) y se explican los pasos adoptados
por el consejo de administración para la búsqueda de un sucesor de Ballmer.
El anuncio y los hechos y
comentarios posteriores me animan a compartir algunas reflexiones, asumiendo
por supuesto que las normas y criterios que puedan resultar aplicables a
situaciones de esta naturaleza en una sociedad cotizada estadounidense no son
de plena aplicación a sus correspondientes españolas o europeas.
Como primera consideración me interesa subrayar el procedimiento. Es el
consejo el que pasa a primer plano como el responsable de buscar a un nuevo
CEO. Explican cómo lo van a hacer, qué consejeros son responsables de esa labor
y, además, el asesoramiento que utilizan. Cuando se habla de candidatos
externos e internos se abona la idea de que existe un genuino mercado de CEOs
que explica muchos aspectos de la función y vinculación contractual que se
establece entre éstos y las sociedades cuya dirección se les encomienda.
La segunda circunstancia
pretende ser elogiosa, aunque no estoy seguro de que lo sea. Me refiero a la
que podríamos describir como sucesión ordenada que, dicho sea de paso, se da
con frecuencia en las grandes empresas. La sucesión de un consejero delegado o
primer ejecutivo por alguien que hasta entonces participaba en la dirección de
la sociedad aporta continuidad, lo que merece una valoración positiva en
situaciones de normalidad. Ahora bien, en situaciones difíciles, a la cuestión
que nos ocupa cabe aplicar aquello de “a
grandes males, grandes remedios”. No tiene sentido mantener en una
transición de meses a un gestor con el que no se está satisfecho. Sin entrar a
valorar la gestión de Ballmer en Microsoft –porque no tengo capacidad ni
conocimientos para hacerlo (la red está plagada de opiniones que valoran la
gestión de Ballmer y apuntan lo que su sucesor “debe” hacer)- me llama la atención la euforia bursátil con la que
se recibió su marcha. Todos los medios coincidían en destacar el alza del valor
bursátil de las acciones al hilo de ese anuncio. Los accionistas parecían
celebrar que se marche el actual CEO, que de paso ha sido uno de los grandes
favorecidos por esa cotización dada su condición de accionista significativo de
Microsoft.
Para terminar, la tercera
reflexión apunta a la incidencia que casos como el que comento tienen para
entender la importancia que tiene la figura del consejero delegado y la
necesidad de entender esa función desde todos los puntos de vista, entre ellos
el jurídico. Porque de las dos anteriores ideas se deduce que el CEO se
convierta en un activo o en un problema. Cualquiera de las situaciones impide
ignorarlo. No es un administrador más. Esa singularidad explica, por ejemplo,
su retribución. Explicar no es justificar. Sirve para entender algunas
prácticas retributivas: “golden hellos”,
indemnizaciones exorbitantes, retribuciones en especie. No va a sustituir a
Ballmer una persona que no tenga ya una mínima experiencia y una trayectoria
reconocida. Habrá que prestar atención a los acontecimientos.
Madrid, 5 de septiembre de 2013