¿Es
razonable que una empresa de servicios profesionales convierta en una de sus
líneas de actuación la renuncia a captar a los graduados en esa actividad
profesional por las Universidades más prestigiosas? ¿Es razonable que un
despacho de abogados estadounidense renuncie a los graduados de las Facultades
jurídicas de la Ivy League y a los de otras Universidades de similar fama? La
cuestión la planteó la argumentación que en tal sentido publicó el responsable
y fundador del despacho indicado a través de una columna en The Huffington
Post, titulada Why
We Do Not Hire Law School Graduates from the Ivy League Schools, cuya
lectura recomiendo a los interesados en el asunto.
Esa
columna ha aportado a su autor mucho más que los cinco minutos de fama que se
dice que a todos nos corresponde. Repudiar a los graduados de las Facultades de
Derecho de Harvard, Yale et al
garantiza que la atención no sólo especializada, sino informativa se concentre
en el autor de esa iniciativa basada en alejarse de lo que es un modus operandi del resto de firmas
profesionales. Aquí va una primera reacción
en el influyente Law Blog de The Wall Street
Journal. Otra
en Expansión.
La
explicación que ofrece el autor sobre la selección de nuevos abogados por su
bufete tiene algunos puntos comprensibles y otros que no lo son en absoluto. Entre estos últimos transcribo el siguiente:
“Secondly, many of these law schools either fail to rank their students
or do not even grade them at all. (1) Ergo, the students have no incentive to
work hard and learn when they have guaranteed summer associate positions and
guaranteed job offers. Their students typically have no incentive to get the
best grades in their classes. They also have no incentive to squeeze as much
learning as possible out of the law school experience. Most importantly, the
real world simulation of dealing with the pressures of a case or deal may be removed
when the students do not need to compete for a job in a difficult market”.
Toda
generalización se dice que es injusta. Decir que ni uno sólo de esos graduados
resulta un candidato elegible para ese despacho por falta de espíritu
competitivo me parece una exageración. Como no se puede argumentar con respecto
a los méritos individuales de cada uno de los candidatos refrendados por tan
ilustres Facultades, su repudio se basa, según el autor, en la forma de enseñar
y preparar a sus estudiantes. No sólo con respecto a lo que sucede en una
Facultad, sino en todas las que ocupan una posición de liderazgo en la escena
jurídica.
No
tengo capacidad ni conocimientos para debatir sobre la formación de los
estudiantes de Derecho en Estados Unidos. Creo que en esa experiencia hay
aspectos interesantes, lo que explica que en la próxima edición de nuestro
Seminario Harvard-Complutense, prevista para el próximo mes de septiembre, una
de las ponencias anunciadas es la del Profesor David Kennedy bajo el título “Teaching
Law at the Harvard Law School: experiences and comparative perspective”. Una
ponencia que nos servirá para conocer mejor esa formación académica.
Tampoco
soy imparcial al valorar lo que significa la Harvard Law School. Como muchos de
mis compañeros complutenses y otros tantos juristas españoles que nos han
acompañando en las sucesivas celebraciones del citado Seminario (que este año
alcanza su decimotercera edición) y en otras estancias o actividades, he tenido
la suerte de conocer con algún detalle lo que significa estudiar en esa
institución, que es algo que recomiendo
a cualquiera, comenzando por los graduados españoles que encontraran en
el Real Colegio Complutense una plataforma extraordinaria y privilegiada para
acercarse a esa experiencia. Por eso me parece que el artículo de Bailey
desbarra cuando afirma:
“Fourth, these students may become a United States Supreme Court Justice
or a future President of the United States so political theory and
international law and classes on capital punishment may be extremely important
to them. However, we need our street lawyers ready for battle and taking trial
practice, corporations, tax, civil procedure and any real estate and litigation
course offered”.
Es cierto que el Presidente Obama es actualmente
el graduado de Harvard Law más conocido. Y que también el Presidente del
Tribunal Supremo, John Roberts, pasó por sus aulas, como en una reciente
entrada recordaba el ya citado Law Blog para contraponer –en una suerte de
evocación de las paradojas de la vida- que dos estudiantes que en su día
compartieron las aulas hayan tenido suertes tan dispares que permiten titular: Man
Who Went to Law School With John Roberts Now Homeless, o describir
cómo el alumno desafortunado se topara con otro ex compañero como magistrado
que le enjuiciaba.
Observo en algunas reacciones una sugerencia
malévola: el autor de la provocadora columna lo que está es, simplemente, haciendo
de la necesidad virtud. No contratan a graduados de origen académico “aristocrático” porque ninguno de ellos
se ha planteado nunca trabajar en su bufete. Es lo que termina sugiriendo esta
opinión tomada de Fortune:
“Of course, it’s not entirely clear what came first, Leitman’s aversion
to Ivy League grads or their disdain for Leitman. In the post, he also admits,
“The top students from these law schools have no interest in applying for a job
at our firm”.
Más allá de trayectorias individuales, una de las
prácticas de las Facultades estadounidenses que debemos aprender en las
nuestras es el seguimiento de los graduados. Un seguimiento que comienza por su
acceso al mundo laboral: como puede verse, la HLS facilita información detallada
de la integración profesional de sus ex alumnos.
Madrid, 29 de julio de 2015