La relación entre empresa y familia ha sido analizada
desde perspectivas muy diversas. La razón es simple: nos hallamos ante una
realidad que está en el centro de la actividad económica en las sociedades
contemporáneas. No se trata aquí de evocar, por ejemplo, la Literatura o el
Cine, que se han ocupado profusamente de esa relación, sino del tratamiento que
la misma ha tenido por parte de las Ciencias sociales y, en especial, desde la perspectiva del Derecho
mercantil. Éste, como un ordenamiento que sitúa la figura del empresario
(¿emprendedor?) en el centro de su atención, nos ofrece una pluralidad de
problemas y, también, algunas soluciones que, sin haber sido diseñadas para la
empresa familiar en cuanto tal, encuentran en ésta un campo esencial de
aplicación.
La empresa familiar es un catálogo de problemas y otro de
sus correspondientes soluciones. De ambos tratamos no hace mucho en un coloquio
universitario y profesional, en el que la observación compartida fue que en la
empresa familiar parece que los problemas fundamentales se repiten a pesar de
la diferente configuración, tamaño o actividad que la acompaña en cada caso. La
percepción que quedaba era que cuantos más casos se citaban, más sencillo
resultaba reconducir los conflictos analizados a categorías concretas.
Esa impresión, probablemente imprecisa y susceptible de
ser rebatida, es la que me anima a dedicar algún espacio al tema, que resulta
tan amplio que cuesta enunciarlo. Se trata de analizar sin rigor alguno
episodios habituales y conflictivos que nos encontramos en la información
económica o en la observación académica y profesional e intentar de ordenar
algunas reflexiones en relación con ello.
Ruego al lector que no sea exigente, ni siquiera a la hora
de fijar el punto de partida. ¿Qué es una empresa familiar? En principio, salvo
ulteriores matizaciones, lo que diga en esta y futuras ocasiones debe
entenderse referido a empresas de distinto tamaño, en fases diversas de su
existencia en las que la presencia de una familia condiciona su funcionamiento.
Al respecto, los comentarios jurídicos se entremezclan con otros de la más
diversa y dispersa procedencia. Al fin y al cabo, lo que hace interesante a una
empresa familiar es su capacidad de reflejar las pulsiones surgidas de reacciones
humanas frecuentes y basadas con frecuencia en la emoción, que se contraponen a
los principios de organización y funcionamiento de una empresa.
En las empresas familiares es incuestionable que los
conflictos surjan. La duda es cuándo y por qué. Lo interesante es la solución
que se dé en cada caso. O la que no se dé. Hay empresas familiares que no
pueden evitar convertirse en protagonistas de la información, al tiempo que
otras son capaces de dirimir sus cuitas sin que trasciendan al exterior. Como
sucede en cualquier familia.
Esta primera entrada sobre el tema parte de una asunción
fundada en esos conflictos habituales: el carácter polémico que acompaña a la
empresa familiar. Tal carácter supone la capacidad de acoger en su seno
conflictos de especial intensidad y, al hilo de una descripción de las
distintas categorías de "casos"
que los ilustran, abordar la pregunta fundamental. Se trata de analizar si el
ordenamiento mercantil y, en particular, el Derecho de sociedades, son capaces
de descartar o, al menos, atenuar, esos conflictos. Al igual que la empresa
familiar se caracteriza por una forma de organizarse y representarse, no debe
sorprender que se consolide una forma de dotarse de perfiles jurídicos propios.
Cuestión distinta es que éstos resulten eficaces en todo caso.
La ordenación jurídica
de la empresa familiar es un intento racional de someter el funcionamiento de
esa empresa a reglas que aseguren su funcionamiento de acuerdo con principios
de eficiencia. Se trata de proteger a la organización empresarial de las
vicisitudes, previsibles o no, que suelen acompañar a la propia vida familiar.
Pues bien, en este punto inicial se advierte ya la dificultad de ese propósito.
Una dificultad que nace de intentar conciliar dos elementos antagónicos. La
racionalidad del Derecho se enfrenta a la irracionalidad que con frecuencia
acompaña a los conflictos familiares. Éstos surgen por las causas más variadas.
El problema viene cuando los conflictos se ventilan en el seno de la empresa,
sino en su totalidad, sí en buena parte. Más aún cuando lo que es una discusión
entre parientes se convierte en conflicto entre gestores o titulares del
control de la sociedad. De ahí la importancia de que quienes asumen esas
funciones empresariales, tengan presente la trascendencia que para terceros
tiene solucionar lo que se corre el riesgo de ver como un asunto interno de la
familia.
La organización de una
empresa arranca con la imprescindible selección de los miembros de la familia
que deben implicarse en su gestión. No todos pueden o quieren participar en la misma, o ni siquiera todos
pueden terminar participando económicamente en la marcha de la empresa.
Incluso, la presencia en la empresa de todos los miembros de la familia puede
no ser suficiente para descartar que estallen esos conflictos, que en ocasiones
tienen un origen realmente absurdo, que hacen inexplicable el nivel de encono
personal que se alcanza y que, ante la perplejidad de cualquier observador
imparcial, lo que inicialmente parecía una anécdota puede terminar por amenazar
la marcha de la empresa y la tutela de los muchos intereses vinculados con la
misma, al margen de los de la propia familia. Esa contradicción es la que anima
a la aproximación al estudio de la empresa familiar: la capacidad de la razón
-la jurídica, animada por la económica- para domeñar los efectos de la pasión
que con frecuencia acompañan el desarrollo de la vida en una misma familia.
Supongo que un lector atento habrá advertido que he reiterado la reflexión de
que lo que sucede en la empresa es lo mismo que suele suceder en el seno de la
familia.
Algunas crisis
familiares se gestan y estallan por las cuestiones más baladíes. Quien se
siente postergado en la organización de la empresa o, en su criterio, padece
una inaceptable discriminación, no tardará en encontrar motivos para desatar un
enfrentamiento. Un conflicto que dista de ser un asunto ausente de
consecuencias, puesto que puede terminar por amenazar la continuidad en la
empresa, en la administración o en el capital, de los agraviados o por impulsar
la expulsión de “los otros”. En esa
situación, las relaciones familiares pasan a un segundo plano y ceden ante los
citerios propios de tantas empresas: la vigencia de la mayoría en el capital
socal, las alianzas entre unos y otros grupos, el intento por separar a los
administradores y sustituirlos, etc. Las pasiones y los afectos, los rencores y
las coincidencias no desaparecen, sino que pasan a tener una formulación más
hábil y ordenada, consecuencia de la irrupción de los abogados y expertos que
acuden en apoyo de cada bando. En suma, la lucha familiar se convierte en una
descarnada pugna por el control del poder corporativo. Ambos planos están
íntimamente relacionados y se condicionan recíprocamente.
En esa pugna
reaparecerán los demonios familares: las afrentas presentes o las que afectaban
a las generaciones anteriores, afinidades y antipatías que se remontan a
relaciones personales, al margen de la marcha de la empresa, reproches en todas
direcciones sobre la mayor o menor contribución a la empresa, deudas
históricas, revanchas largamente esperadas, etc. Ese enfrentamiento sentimental
(visceral dirán algunos) en su motivación tiene consecuencias que exceden a los
actores. Unas previsibles y otras incontrolables. Entre las
primeras, que la crisis familiar terminará pasando factura a los recursos de la
empresa que serán utilizados de una u otra forma para favorecer la paz: la
sociedad comprará parte o la totalidad de las acciones de la rama saliente o
éstos recibirán cualquier otro tipo de compensación a partir de recursos de la
sociedad.
El día de la firma
y ejecución de esa separación las partes compartirán una sensación agridulce:
de alivio por lo obtenido, de separación, de fin de etapa. Es posible que ambas
sensaciones no las compartan por igual. Los que se van habiendo obtenido una
compensación económica (¿un pelotazo?) no lamentarán, al menos por el momento,
alejarse de la empresa familiar, lo que suele traducirse a la vez en un
distanciamiento de la otra parte de la familia. Los que se quedan, respirarán
aliviados por quedar liberados de la cotidiana contienda con los parientes y ex
socios, a la vez que albergarán alguna preocupación por la recomposición del
patrimonio empresarial tras haber servido para solucionar el lío familiar.
Ambas partes compartirán con probabilidad una doble incertidumbre: si el origen
familiar del conflicto se corresponde con las consecuencias que ha terminado
soportando la empresa y la incertidumbre ante el futuro que para todos resulta
de la solución adoptada.
Madrid, 27 de junio de 2013