La noticia de la
enfermedad del Presidente de JP Morgan me anima a retomar la cuestión desde el
punto de vista del gobierno corporativo. Jamie Dimon anunció que padece cáncer
y remitió al conjunto de los empleados de la entidad un e mail que incluía en
versión española Pablo Pardo en su sugerente columna
de El Mundo que tituló JP
Morgan y la mortalidad del directivo. En ella se recogen algunos
antecedentes relativos a lo vivido en otras grandes empresas, y a la relación
entre la enfermedad de sus principales ejecutivos y la cotización de sus
acciones. Así pues, el hecho que ahora
afecta al primer banco norteamericano dista de ser nuevo, pero vuelve a plantearnos
los mismos interrogantes que, a pesar de ser sin duda interesantes, por
repetidos no reclaman particular desarrollo.
Como dejé apuntado
en una anterior entrada
(desde la que se puede acceder a otras sobre el mismo asunto) al hilo de la
enfermedad de Steve Jobs y de la experiencia de Apple, los problemas
principales que se advierten parten del conflicto entre la intimidad personal y
la información societaria.
La legislación
reclama de una sociedad cotizada que comunique al mercado toda la información
relevante (su significado trata de definirlo el artículo 82.1 Ley del Mercado
de Valores). Cuando en una entidad la persona de su presidente o de su
consejero ejecutivo son vistas como parte esencial de la marcha de la entidad,
todo lo que pueda afectar al primero se dirá que es relevante para la segunda.
La pugna entre el derecho a la intimidad en un aspecto tan evidente y el
derecho de información de los accionistas e inversores parece decantarse a
favor del último. Esta tendencia debe tenerse en cuenta por los afectados pues
plantea un coste evidente para los protagonistas del liderazgo empresarial.
Es una tendencia
que, sin embargo, nunca puede ignorar la vigencia de un derecho fundamental. No
podemos admitir que el ejecutivo afectado tiene el deber de informar sobre su
salud. Puede hacerlo, como en el caso que motiva esta entrada, si considera que
la transparencia al respecto es lo conveniente para la continuidad de la
gestión (la histeria de los mercados no debe llevar a pensar que de la suerte
de una sola persona dependen entidades del tamaño de JP Morgan), para que ésta
se desarrolle con normalidad y para descartar rumores. Quien lea el comunicado de Dimon puede que se
sorprenda por la detallada información que facilita. Por otro lado, cabe
considerar que es un comportamiento diligente: se anuncia la continuidad a
partir de la previa decisión del consejo de administración y explicando la confirmada
compatibilidad entre el tratamiento médico y la gestión de la entidad.
El problema para
Dimon es que esa opción le va a obligar a seguir informando. A seguir compartiendo
la evolución de su enfermedad y su deseable recuperación con una multitud de
personas a quienes no conoce. Es la parte más dura del liderazgo de las grandes
corporaciones y la que explica que cada vez se desarrollen más las previsiones
en materia de sucesión en el seno de un consejo de administración.
Madrid, 7 de julio
de 2014